Café y cigarro, muñeco de barro

Tres cafés, tres decadencias

Café y cigarro, muñeco de barro

“La esperanza es paradójica. Tener esperanza significa estar listo en todo momento
para lo que todavía no nace, pero sin llegar a desesperarse si el nacimiento
no ocurre en el lapso de nuestra vida.”

Erich Fromm, La revolución de la esperanza

El señor Lombard había amanecido más temprano de lo habitual para asistir a la reunión con su editor, debió de ser por eso que permaneció totalmente pensativo en la cafetería singular donde solía desayunar, pasando los minutos en silencio como si fuesen horas. Removía su café cortado con la mirada perdida, recordando lo sucedido en las últimas semanas. Una mujer rubia, bastante atractiva, había cruzado ya un par de miradas hacia él, haciéndose la distraída. Su fama de galán que le había acompañado con suerte durante años se estaba convirtiendo en un insoportable peso, preguntándose qué clase de vida creía estar llevando, si de verdad era feliz lejos de la opinión de los demás. Desde pequeño fue marcado por la figura autoritaria de su padre, corrigiéndole su conducta, reprimiendo sus instintos, siguiendo los mismos pasos que él cuando a los veinte años decidió tomar las riendas de su vida y revelarse contra él, abandonando la empresa familiar y emprendiendo un viaje solo para alejarse de todo. Pero dicho viaje no duró mucho, pues en su libertad se sentía culpable de la caída de todos sus fundamentos con la desaparición de la figura del padre; la seguridad y protección que le brindaba. Reprimió todos sus sueños y volvió a la empresa sin ganarse más un gesto afectuoso por su padre; sólo le quedaron unos ojos fríos para mirarle hasta el fin de sus días. Cuando conoció a Mónica, su primer amor adolescente, pensó que volvería a encontrar el reconfortable calor que perdió en su vida, pero sólo fue un oasis en el desierto, así como otras mujeres. En ninguna encontraba los motivos y sentimientos suficientes que le hiciesen despertar el apego en ellas, querer compartir dos mundos en uno. No por ello se sentía mal o incompleto, pues satisfacía sus necesidades siempre que quería con cualquier mujer. Era considerado un hombre con mucho atractivo que nunca tenía problemas para estar acompañado en los ratos de soledad y lujuria. La vida en matrimonio con su primera mujer tampoco logró cambiar lo que necesitaba en su vida, y antes de que llegasen los niños, decidió divorciarse en el angustioso pensamiento de verse como su padre. Cada noche, después de la infusión y fumar, solía escribir en su diario las historias que surgían en su imaginación. En los días de lluvia, cuando más bajo tenía los ánimos, hacía un repaso a las primeras páginas del diario y allí veía con tristeza los dibujos del héroe que pereció en su realidad, el que nunca pudo manifestarse en ser o, ya en su estado, que alguno viniese a lomos de un caballo alado a salvarle de las garras del mundo. No: su destino no albergaba ningún papel importante en la Historia, algo con el que ser recordado para la humanidad… ¿Pero acaso él quería a los suyos? Se había convertido en una sombra más, sin hacer nada por nadie y siguiendo las reglas hasta el fin de su existencia. Tampoco haría nada extraordinario sin sueños propios que perseguir, tomando los desvíos que hiciesen necesarios y la lucha hasta ellos. Se había convertido en un alma débil. Observó su reflejo en el espejo y un escalofrío le recorrió el cuerpo; tenía ganas de gritar, huir de espanto ante la figura del hombre que veía. Las pocas parejas que habían sentadas en la mesa mostraban en sus miradas el inmenso sentimiento que les correspondían, entregadas aunque eso supusiese también el daño. Uno de ellos cogió una de las flores azules de la maceta de decoración y se la puso, en un tierno gesto, detrás de la oreja a su pareja, sonrojándose mientras esbozaba una sonrisa. Entonces se dio cuenta que la coraza con la que había crecido le había cubierto por completo hasta penetrar su corazón y convertirlo en una maquinaria más, sin poder lograr sentir amor. ¿Era el proceso reversible? El móvil sonó alterándole el puso: una llamada de su madre. Con frecuencia lo llamaba los mismos días de la semana, a la misma hora del trabajo y debía de recordarle que lo hiciese por la tarde. A veces tenía miedo que el alzhéimer que habían tenido algunos familiares suyos, también de amigos, se manifestase con la edad en ella… Incluso él con el paso del tiempo, por eso debió de tener parte de vocación a escribir en los diarios. Era una enfermedad que le costaba ponerse en la situación si la tuviera, aterrándole verla en sus cercanos y ser prisionero de ella. Imaginó que podría guardar un diario con cosas alegres en tal caso, al fin de cuentas, de su vida había poco más que valorase. Siguió tomándose el café cortado, que se le había enfriado en cada evasión, observando al camarero servir en una mesa. Miraba de vez en cuando el reloj, suspirando en cada momento, atendía todos los pedidos que había y cogía el móvil para escribir apartado en una esquina. Luego, lo dejaba en su bolsillo, volvía al trabajo y surgía el mismo ciclo. El último cliente, al que sirvió un capuchino con la taza a rebosar de nata y canela, le recordaba a un antiguo amigo que arrojó al precipicio del olvido con el tiempo por el poco interés que tenían en común y aprecio. Intentó mantener siempre la relación de amistad, empeñándose en conservarla, manteniendo presente los buenos ratos, pero cuando se dio cuenta había forzado tanto las cosas que nada tenía sentido. El hombre que se parecía a su antiguo amigo continuó haciendo un sudoku en el periódico que llevaba, mientras el tétrico reflejo en el espejo volvía a clavarse en su mirada. La cafetería se llenó de una atmósfera lúgubre, sin poder permanecer más tiempo sintiendo cómo se hundía en el río Estigia, escuchando los ladridos de Cerbero en su cabeza mientras se aproximaba al descenso del inframundo. Salió con el último sorbo de café. En la puerta, la mujer rubia que había visto al principio estaba fumando apoyada en la pared. El señor Lombard sacó su paquete de cigarrillos, secándose el sudor de la frente que le había ocasionado estar dentro. Nada más ponerse uno en la boca, la mujer se ofreció a encendérselo, mezclándose con el humo del tabaco la fragancia de su perfume a jazmín que aún podía conservar. Ambos permanecieron unos minutos como dos estatuas de mármol en la entrada de la puerta de la cafetería. La ausencia de cualquier emoción era a la vez lo que compartían en su silencio y soledad mientras fumaban. El cigarro se consumió, dando por finalizado el encuentro. La mujer se marchó sin decir ni una palabra hasta perderse de su vista, fundiéndose en el paisaje del camino de árboles otoñales. El viento se levantó, elevando las hojas secas de su alrededor, volviendo a resurgir las preguntas existenciales en su cabeza, como un martillo golpeando los clavos para colgar los grandes cuadros con interrogaciones que perdurarían la duda eterna siempre en él. De pronto, sintió un malestar y entró corriendo en la cafetería. Se dirigió al baño de caballeros, cerró la puerta y depositándose en uno de los retretes, olvidándose de encender la luz en la penumbra, gritó:
-¡Mierda!

Un café con sal

Tres cafés, tres decadencias

Un café con sal

«Ésta es mi oración: Toma este anillo, que es un signo del enlace entre ella y yo, y cuando llegues a tierra, preséntate como un comerciante de seda y telas, de modo que ella pueda ver el anillo.
Entonces sabrá que mi corazón la saluda y que sólo ella puede darle consuelo, y que si nada hace moriría.
Recuérdale nuestro pasado y nuestra tristeza y toda la alegría que había en nuestro amor fiel y tierno.
Ojalá los corazones hallen fuerza contra la inconstancia, pese al dolor y toda la amargura de amar.»

Joseph Bédier, La historia de Tristán e Isolda

-Ya va quedando menos, ¿lo sabes, no?
Antoine paró de mover su café con la cucharilla mirando fijamente los ojos brillantes de Monelle, tan oscuros y profundos como su ser. Presentía que era un momento decisivo en sus vidas, pero ella seguía estando incluso más hermosa bajo esa aura de fragilidad.
-Pensé que esta vez te quedarías…
-Es difícil poder explicarlo, esto que me invade por dentro y escapa a cualquier palabra para definirlo. Lo tuve la primera vez que nos conocimos, presagiándome de los hechos que ocurrirían en nuestra historia, como aquella música romántica en el teatro que sabía que sonaría mientras te veía. Ahora apenas hay tiempo, quizás unos cuantos minutos hasta que te termines ese café y salgamos de aquí.
-Entonces no me lo terminaré nunca –respondió con atrevimiento.
-¡Cómo te gustan los retos! –esbozó una delicada sonrisa dejando una pausa–. Nada es eterno… Yo nunca me quedo, no puedo. Siempre he sido hija del viento, sin haber conocido en mi vida un lugar estable que hiciese quedarme, estoy adaptada a ser así. Si decidiese permanecer a tu lado tú acabarías abandonándome, y mi corazón no podría resistirlo, porque nunca conoció tal pérdida…
-He de confesar que me volvían desconcertantes tus reacciones indiferentes cuando te hablaba o escribía de hacer planes juntos, precisamente a mí que el trabajo y tiempo lo tengo controlado… Parecía que no te importase.
-¡Al contrario! Yo puse mi confianza en ti, me importabas mucho, aún cuando lo intentaba ocultar mintiéndote sin ser consciente… Pero me di cuenta que tus palabras eran vacías sin tus actos y el control que ya te gustaba tener incluso en las personas, como el tenerme a mí, sin dejar que nada se desvelase nuevo en el mundo con tu ritmo marcado. Este sitio ya está cambiando para mí: el café antes lo recordaba con mejor sabor –suspiró ella.
-Bueno, espero que tú logres algún día tener trabajo y me cuentes si tienes esa libertad para tomarte las cosas sin el estrés y cansancio que supone ocuparse de un oficio –su voz contenía dureza y resentimiento, acercándose la taza para beber.
-Ojalá pudiese volver atrás en el tiempo para revivir la etapa de juventud donde el amor era inocente, puro sin ningún tipo de daño en la experiencia que nos condicionase tanto ya los que vivimos. Pocas personas conocí entregadas de corazón, pocos valientes quedan dispuestos a mostrarse auténticos sin protegerse bajo las apariencias… o sin que estén pensando en alguna antigua pareja que derrumbe a la persona ilusionada con la que están –Antoine se mantuvo por unos instantes tenso, dejando la taza para que no se le notase su malestar–. No me importa si puedas tener en tu mente el anhelo del regreso de una mujer de tu pasado, acepto la realidad como es y el peso de la levedad del ser por el que somos marcados. Pero he de reconocer que serías un completo egoísta… No sé, el mundo parece más triste así, desilusionándote las relaciones humanas cada día más. Cortázar tiene una frase que me encanta, y voy reflejándome más con ella, que dice: cada vez iré sintiendo menos y recordando más, pero qué es el recuerdo sino el idioma de los sentimientos.
Monelle sonrió sinceramente como vería por última vez Antoine en su vida, grabándose su imagen en aquella cafetería una mañana gris de domingo. Preguntó si había terminado, y respondiendo que sí se apresuró ella en ir a la barra a pagar la cuenta de los dos, quedándose solo en la mesa mientras reflexionaba cómo sus palabras le habían penetrado. Una lágrima resbaló cayéndose en la taza de café, mezclándose con los restos de gotas. Acto seguido, se secó los ojos para aparentar normalidad mientras veía a Monelle aproximándose, donde una vez que llegase se levantaría, se podrían los abrigos, saldrían de la cafetería y se despedirían como amigos, que serían conocidos, tomando luego el camino hacia su trabajo comprobando la hora exacta de su reloj.

Human

Cuando hay noches frías, me desvelo sin unos brazos que me cubran encerrado en mi gran jaula de hierro. El sonido de los grillos tararea una nana de pesadillas. Amanece y unos ojos desconocidos me observan dando gritos, obligado a danzar entre vino y risas. Si lo hago bien me coronan con un ramo de flores con espinas. Si lo hago mal viene aquél señor de negro con el látigo.
El desvío en el mundo de los sueños no es ya suficiente para calmar a la bestia que guardo, alimentándola con el fruto tóxico que sólo el odio y dolor puede dar. Intento no perder el control, brotando plantas decadentes de las heridas que caen a la tierra.
De vez en cuando, hay almas puras en la función que mis ojos cansados pueden ver. Entonces inhalo, exhalo, dejando que el humano entre.

Rectas secantes

-Cuando sucedió todo eso, no podía ver nada… –dijo ella sin apartar su mirada de él mientras conducía por el mismo paisaje boscoso– Todo estaba oscuro: era un espacio caótico. Y para cuando llegó la luz, quedé ciega. Tuve miedo porque había adaptado mis sentidos al mundo que había creado para sobrevivir. Al principio me tropezaba siempre, no sabía distinguir entre las imágenes difusas, mis ojos temían volver a la realidad… Entonces apareciste tú.
-¿Y si hubiese estado en otra parte?
-Te hubiese encontrado más tarde. Existen caminos que nos sentimos más atraídos que otros para elegir, siguiéndolos cual criatura hambrienta en la incertidumbre. Allí te encontré y devoré cada parte de tu ser.
-¿Crees que la gente estamos conectados? ¿Que sufrimos la ausencia cuando no conseguimos reunirnos con alguna? Aún puedo recordar el temblor helado los días antes de tu llegada, el caos que atravesaba el mundo, que desaparecieron con la oleada de paz que trajiste. Todo cambió para mí.
-Hay tantas cosas por aprender, que muchas quedarán incompletas cuando nos aventuremos a probarlas, dejándonos la hiel en los labios.
-Estamos cerca de casa… Esperemos llegar antes que la lluvia se aproxime.
Una mariposa entró por la ventana y se depositó con delicadeza en su pecho. Él seguía conduciendo con decisión hacia delante. Las nubes se tornaban oscuras cuanto más avanzaban. Por el retrovisor no podía verse a nadie; eran los únicos recorriendo el lugar, dejando con las pesadas ruedas del coche huellas en la tierra. Pensativa, le preguntó:
-¿Recuerdas todo lo que has soñado?
-No, ¿y tú?
-Cada imagen y palabra percibida en ellos –la mariposa retomó el vuelo, haciendo una pausa–. Al principio era una sensación extraña, ver cómo algunos de los sueños han ocurrido en realidad… Con el tiempo, por mucho que he tratado de huir, se han hecho más vigentes en mi vida. Fue entonces cuando vi claro que tenía que aceptarlos, son parte de mí.
-Debe de ser muy aburrido saber lo que ocurrirá después. ¡Con las ganas que tenía de darte una sorpresa cuando llegáramos!
-¡No seas tonto! –rió, acariciando su pierna–. De los pocos sé cuáles son los que quieren decirme algo, aquellos que inquietan mi alma y no tardan en cumplirse. A mí tan sólo me queda dejarme guiar en su señal.
-Es un consuelo saberlo… Cuando la realidad se derrumbe a cenizas, los sueños vendrán a construir el mundo.
Las primeras gotas de agua cayeron en el cristal. El camino estaba cerca, y ellos en un silencio donde bailaba el vals de sus miradas, hablándose entre ellas.

Veritas filia temporis

Cae el último grano del reloj de arena. Posición firme frente al adversario.

Un primer paso, ex umbra in solem. La crisálida se rompe emergiendo la mariposa de su metamorfosis. Las numerosas cabezas de muñecas de porcelana decapitadas residen en el cuarto oscuro, mientras el esqueleto resucita de su tumba apareciéndole la carne. Un lobo aúlla a la luz de la luna llena.

Un segundo paso, homo homini lupus est. Los desastres de la segunda guerra mundial, la bomba atómica sobre Hiroshima, imágenes terribles de lo que es capaz de hacer el hombre con el uso de la tecnología. Un huracán sopla sin inmutar a una serpiente devorar a otra serpiente.

Un tercer paso, nosce te ipsum. Librarse de los tapujos de la sociedad, abriendo la mente hacia un nuevo mundo. El hombre se encamina solo por el desierto, con el riesgo de perecer por el sol y un enjambre de insectos.

Un cuarto paso, alea iacta est. Respira, piensa, deposita la mano con serenidad en el arma de fuego. El enemigo hace lo mismo, mostrando su seguridad. Un fugaz recuerdo de un viejo jardín con todas las rosas marchitas, pero conservando todas las espinas resistentes en el tallo.

Acto final, audentes fortuna iuvat. El arma levantada con rapidez y un disparo en la oscuridad. Ningún grito de su adversario, derrumbándose en el suelo sin cerrar los ojos. Retumba el ruido en su mente, cuando una vez, un gran espejo se rompió en miles de fragmentos clavándose en su piel, viajando por el resto de su vida con las cicatrices.

Observa a su alrededor por última vez y toma el camino de regreso, o quizás, tomase por otro salvaje y desconocido.

Cenando en París

Primera parte: Café du Trocadéro

-Sólo hay que verla en persona para saber que la Torre Eiffel es la obra más impresionante de Alexandre Gustave Eiffel, construida en 1889. Cada cinco años se le repasa cincuenta toneladas de pintura para preservarla de la decoración, por eso se ve tan radiante.
El desconocido se sentó con la mujer que le había estado escuchando mientras contemplaba la Torre Eiffel. Pidió un menú de la carta y sacó el paquete de cigarrillos para fumar.
-Llevaba un rato observándote sentada aquí sola. No pensaba en intentar contigo algo, he visto el anillo de compromiso en tu dedo, sino lo que me llamó la atención fue tu rostro impasible ante la belleza de París. Sin decir nada puedo oír tus pensamientos, tus gritos ahogándose en un mar profundo. Intentas salir, luchas con todas tus fuerzas, sin embargo, alguien te lo impide… O quizás en realidad eres tú misma. Uno de mis dramaturgos favoritos españoles, Jacinto Benavente, dijo: “El amor es como el fuego. Ven antes el humo los que están fuera… que las llamas los que están dentro”. Pero en tu caso, puedo ver que ese fuego te asfixia. Poco a poco vas decayendo en él, corres intentando localizar la salida pero estás tan ciega que no la ves. En tu último suspiro de vida, rezas desconsoladamente, ¿no es curioso cómo recurrimos a la fe cuando estamos al borde del precipicio? Tantos años marginándola, valiéndonos por nosotros mismos, y cuando el vacío y la desesperación son las únicas que están, retomamos con lágrimas su valor. Céntrate en tus pensamientos buscando una solución antes de que llegue ese día, pues te arrepentirás condenando tu vida. Pago yo la cuenta… será la última.

Segunda parte: La Closerie des Lilas

-El Arco del Triunfo ha sido testigo de innumerables momentos históricos. Cierro los ojos y puedo imaginar las batallas y victorias del ejército francés bajo las órdenes de Napoleón. Treinta años de afán por construirse, qué ingenio Jean-François Chalgrin.
La mujer se dio cuenta que su marido seguía con la mirada en el periódico. Depositó la suya en la copa de vino, volviéndola a levantar a él.
-Para ti era fácil que los dos viviésemos en el silencio. Que nuestros sueños perecieran en la tumba del conformismo. Antes al menos decías que todo saldría bien, ahora ni una sola palabra salir de tu boca que intente calmar el dolor que siento. ¿Se supone que nuestras vidas deben de ser así? ¿Quién nos lo dicen? ¡Que hable de una vez! La llave de liberación está oculta; ya la sostuve en mi mano, pero temblé teniendo su dominio y decidí olvidarla. El tiempo pasa cada vez con más dolor y voy dándome cuenta de la cárcel de nuestro amor. Si me librase de este suplicio, todo lo que tenemos empezaría de cero, hasta aterraría volver a luchar por lo que creíamos haber encontrado. Observaremos nuestro rostro en el espejo para saber qué hicimos mal. Borraremos la imagen que tanto tiempo se mantuvo en nuestras vidas. Quitando cada espina pegada al corazón, entraremos en razón. Danzaremos a los primeros rayos del sol guiados por la armonía del viento. Soñaremos de nuevo con más castillos que construir. Y por último, reflexionaremos sobre la piedra fría las eternas luchas de nuestro ser.

Noches de blues III

Las doce en punto de la noche. Cynthia no quería volver a ver más el reloj por miedo de reconocer lo que más temía. Suspiró, desesperándose, mientras intentaba encender el último de sus cigarrillos. Nadie acudiría ya allí.
Un joven que estaba abriendo la puerta de un local, no paraba de mirarla, sintiéndose molesta por su situación sentimental. Rezó para que se fuese enseguida, cumpliéndose su ruego en cuanto el joven se metió dentro. Había estado esperando una hora en el lugar, maldiciendo su nombre por encima de todas las cosas, culpándose por último a ella por ser una ingenua. Debía de irse, ahora que sabía que no tenía nada más que hacer, sin embargo, seguía aún allí sin saber el motivo.
-Disculpe, ¿puedo ayudarla? –le preguntó, sorprendiéndose de su vuelta, el mismo joven.
Su rostro mostraba preocupación, un cierto interés de ayudarla de verdad sin conocerse de nada. Cynthia no sabía qué decir; agradecía su acto de voluntad pero no quería el consuelo de nadie para recordar sus amargos recuerdos. Dejó que el silencio gobernarse el ambiente, hasta que dictara una señal.
-Comprendo… Entre conmigo dentro, la invitaré a una copa. Será mucho mejor que quedarse sola en este sitio, va a empezar a hacer frío.
Convenciéndola, Cynthia, abandonó la acera donde había permanecido una hora, dejándose llevar por lo que le deparase la noche. Ya no podía terminar peor, al menos, intentaría pasárselo bien disfrutando de una bebida de calidad en el local, llamado Chicago Blues.
Cuando entró todo estaba oscuro. El joven fue a encender las luces, volviendo quitándose el abrigo y comprobando por el uniforme que trabajaba de barman. Le indicó con amabilidad que tomase asiento en la barra mientras él preparaba las cosas para servir la bebida. Cynthia, olvidándose un poco de lo ocurrido, se entretuvo observándole: tenía el pelo castaño recogido con una coleta, no demasiado largo; los ojos color miel; la perilla bien afeitada, llamándole la atención a pesar de su aspecto formal, el pendiente en la oreja de serpiente. Posiblemente, era de oro y tenía dos piedras brillantes rojas en cada ojo. Se preguntó por qué el joven evitaba mirarla ahora, sabiendo lo evidente que lo estaba haciendo ella.
Le sirvió un margarita y siguió concentrado en su trabajando. La gente empezó a entrar, sintiéndose Cynthia cada vez más hundida en la ignorancia, volviendo a verse como un ser despreciable en medio de una vida que no veía como suya. Dentro de poco cumpliría veintiocho años, espantándole cada vez más la edad que la consumía. Estaba sola e incomprendida, pues ni ella misma se comprendía. En un arrebato, se levantó del asiento y exclamando en voz alta dijo:
-¡Un brindis por las almas solitarias!
Los que estaban, parándose durante segundos sorprendidos, acabaron brindando contentos. Por fin, el joven la miraba sin dar crédito a su comportamiento por su expresión.
-Vaya, veo que por fin te has animado. Suerte que no he cargado tanto esa copa.
-¿Cómo te llamas? –quiso saber ella intrigada.
-John –respondió, simplemente, centrándose en buscar algo debajo de la barra.
-Yo Cynthia, muchas gracias por… en fin, gracias por el margarita.
-¡Aquí está! –puso en la barra un estuche de discos de música–. Tengo que poner la música para el local, ¿qué artista de blues prefieres para escuchar?
-¿De verdad? Pues… ¡B. B. King!
John sacó el disco y fue a ponerlo en el reproductor. Acto seguido, la gran voz del artista sonó por todo el lugar con su canción Rock me baby.

Rock me baby, rock me all night long.
Rock me baby, honey, rock me all night long.
I want you to rock me baby,
like my back ain’t got no bones.

Hacía tiempo que no escuchaba un tema de B. B. King, a pesar de que era uno de sus artistas preferidos de blues. Tal vez fuese porque le recordaba a una determinada etapa de su vida que ya había logrado superar, sin que los amargos recuerdos influyesen en su estado de ánimo.
-¿Alguna vez había venido por aquí antes? –le preguntó sorprendiéndola, ya que estaba perdida entre sus pensamientos.
-Unas pocas de veces con amigos. Creo que vendré más a menudo –sonrió bebiendo el margarita–. Y tú, ¿llevas trabajando mucho aquí?
-Un año desde que mi tío consiguió meterme: él es el dueño del local. Buscaba trabajo para sacarme algo de dinero para mis gastos personales. Mis padres bastante tienen pagándome la carrera y no quería depender tanto de ellos.
-¿Qué carrera haces?
-Filosofía –respondió, descansando, apoyándose en la barra cerca de ella–. Cuando la gente me pregunta por ello siempre suelen espantarse pero… es la opción que escogí para mi vida. Yo le encuentro mucha utilidad: no me gustaría trabajar a merced de los demás sin una conciencia como si fuese una máquina. Las personas cada vez pensamos menos por nuestra cuenta, somos más influenciables por otras más listas, es decir, las que tienen poder. Fíjate mañana cuando te levantes en cómo funciona todo a tu alrededor: es una ideología impuesta.
-Quizás lleves razón… –Cynthia reflexionó mucho con sus palabras–. Yo hice derecho porque era lo que se esperaba de mí. En mi familia todos han gozado de un buen trabajo ejerciendo de abogados. Ocurrió todo tan rápido que ni si quiera me dio tiempo a pensar, a elegir qué es lo que me gustaría hacer de verdad. Sea como fuese, ahora soy abogada. No gano mucho a diferencia de otros miembros de mi familia, pero me da para vivir.
-¿Ves? Has vivido como los demás esperaban que hicieses.
-Tampoco ha sido así. Tengo una pasión que es la fotografía y he podido hacerla bien como hobby, pues no me iba a dar de comer. Guardo en numerosas cajas, las fotos con títulos y fechas de una colección que formará parte de mi vida. Deberías de verlas: expresan tanto sentimiento en una simple imagen que inmortaliza el tiempo para siempre.

You, you smiled.
And then the spell was cast,
and here we are in heaven
for you are mine at last.

-Te haré una pregunta, Cynthia, y no una fácil… ¿Qué es la felicidad?
-No sabría qué contestarte, como has dicho es difícil y creo que algo relativa. ¿Por qué no me lo dices tú? Me invade la curiosidad de alguien de filosofía.
-De acuerdo: pero con la condición que me contestarás lo que te ha ocurrido esta noche –ella frunció el ceño, sabiendo que su propuesta era personal–. ¡De acuerdo! Si te doy una respuesta aceptable que te convenza, me contarás el motivo.
-Trato hecho, vaquero. Así pues, ¿qué es la felicidad?
-Huellas.
-¿Cómo? Me temo que tu respuesta anda en la cuerda floja…
-Son los rastros que dejamos en el camino. Los pasos errantes de inmensas historias; cruzándonos con distintas miradas de viajeros felices, tristes, sabios, tiranos, melancólicos, apasionados… Todo un mundo de personas con las que compartir para aprender. A veces cuesta marchar de nuevo, sobretodo, cuando hemos estado tan relajados en un lugar, pero sabes que tu rumbo debe continuar. Nacemos sin saber el sentido de la vida, buscando qué será, perdidos en un laberinto que posiblemente nunca sabremos. Lo que sí es cierto, es que mientras vamos creciendo como persona, una paz nos invade el alma: la superación en la experiencia. Esto es lo más fuerte y valioso que cualquier otra cosa material o no que te implanten.
Cynthia se quedó en silencio durante unos minutos cuando acabó. Nunca había escuchado una definición tan profunda y verdadera como aquella. Rememoró su vida con los instantes donde se identificaba tanto con sus palabras: tenía razón y odiaba reconocerlo. John se retiró sin avisar para cambiar la música de un B. B. King que ya sonaba repetitivo. Una nueva voz empezó a escucharse con el tema de One more heartache de Paul Butterfield.

One more heartache, baby,
I can’t take it now.
My heart is carrying such a heavy load,
one more ache would break it.

Volvió a su lado, atendiendo mientras a dos hombres que pedían un martini. Cuando terminó, ella se armó de valor para empezar hablar, costándole por el dolor que aún sentía.
-Llevábamos saliendo un año juntos, aunque hace meses que él ya no estaba bien con nuestra relación –dijo con voz baja, suspirando en una pausa–. Hoy era un día muy importante para vernos: íbamos a celebrar mi cumpleaños por la noche. Habíamos quedado a las once en esa maldita calle cerca de aquí pero él no apareció. Le llamé sin ninguna respuesta al móvil y esperé durante una hora en vano. No hace falta que espere hasta mañana para saber de lo que se trata: me ha dejado. Y el motivo es bien claro: una nueva vida en Londres con su trabajo. Le habían avisado del traslado hace una semana y aún pensaba una respuesta… Ya lo ha hecho.
-Dios, Cynthia, tranquila, estas cosas pasan –la consoló acariciando su cara–. Las personas cambian sus sentimientos, pero el que de verdad te quiera, va a estar a tu lado en todo momento aunque sea al otro lado del mundo.
-Me sentía tan estúpida ahí plantada… –vergonzosamente, no pudo evitar llorar de la rabia–. ¿Por qué no me dejó cuando aún el dolor podría ser menor? ¿Por qué fue tan cobarde de esperar hasta el último momento para fugarse? ¡No es justo que haya personas así!

I said I’ve been down hearted baby,
ever since the day we met
our love is nothing but the blues,
baby, how blue can you get?

Sin poder evitarlo, abandonó el local para llorar sin que la viesen más en su suplicio. No quería saber más del mundo, quería desaparecer aunque fuese segundos.
Una mano se posó en ella y comprobó que se trataba de John. Otra vez acudía en su ayuda, con el mismo rostro de preocupación. Desconsoladamente, se abrazó a él mientras intentaba que cesasen sus lágrimas.
-Él no merece tus lágrimas, Cynthia –le dijo con dulzura, acariciando su pelo–. Es un momento de debilidad que se te pasará, ya lo verás mañana cuando amanezca. Quiero ayudarte, pero antes debes de hacerme una promesa…
-¿Qué promesa? –le miró fijamente con los ojos brillantes, sintiendo su respiración de lo cerca que estaban.
-Que nunca cerrarás tu corazón. Caemos con el altar de una persona, consumidos por el desamor dentro de un pozo oscuro donde creemos nunca ver la luz. Nos olvidamos de los rayos del sol de un nuevo día, ciegos por nosotros mismos con vendas. Es una lucha interna que se debe superar, y cuanto mayor sea la luchar, mayor será la gloria que te aguarde. Por eso… nunca renuncies al amor.
-John… ¿Por qué me ayudas tanto? Sólo soy una mujer desconocida al borde de su juventud.
-Te había visto unas cuentas de veces en el Parque Milenio fotografiando, y también las pocas de veces que asististe al Chicago Blues. Tal vez no me recordases, pero tú te hiciste un hueco en mi mente. Me llamaste mucho la atención, deseaba poder acercarme a ti, pero no sabía cómo. Esta noche ha sido una sorpresa para mí también. No todo son lágrimas… Además, ¡es tu cumpleaños! –ella sonrió, animándose por completo, siendo las últimas lágrimas que tenía de felicidad–. Termino mi turno ya mismo, ¿te apetece que vayamos a algún lugar en concreto?
-Hay uno que me gustaría llevarte.
Salieron en cuanto John terminó de vestirse y arreglar unas cuantas cosas. Era media noche, las luces daban un aspecto bohemio por las calles, resaltando la figura de ellos solos conversando de diversos temas.
Llegaron al portal de un piso, donde Cynthia le invitó a subir a su casa para mostrarle algo especial. Entraron, diciéndole que aguardara en el salón, manteniéndolo con la duda. En la mesa vio su cámara de fotos comprobando su manejo. Finalmente, Cynthia, vino con una caja entre las manos esbozando una enorme sonrisa: se trataba de su colección de fotografías.
Juntos, estuvieron mirándolas, aunque de vez en cuando, unas fugaces miradas entre ellos cargadas de complicidad en silencio, delataban sus sentimientos… Una palabra que no podía ser dicha por el lenguaje en la condensación de emociones diversas.
Sólo un roce en su piel, hizo que el cuerpo de Cynthia se estremeciera. John sintió lo mismo en cuanto ella le agarró la mano, siendo cada vez más evidente su atracción. El momento se concentró tanto, que antes de pensar más, ya estaban sus actos respondiendo por ellos fieles a sus corazones.
Al día siguiente, Cynthia, se despertó perezosamente por el amanecer. Deseaba que ojalá la noche fuese eterna, disfrutar más en el delirio de su pasión. Puso su mano en el lado de la cama de John, pero comprobó que no estaba. Sin ninguna explicación que lo justificase, aceptó el motivo de su partida quedándose con los recuerdos y la filosofía que había aprendido. Orgullosa, se levantó sintiéndose a gusto consigo misma, asomándose por el balcón para contemplar el nuevo día.
Entonces, alguien le hizo una foto por detrás, mostrando una completa naturalidad y bienestar con su espíritu.

Noches de blues II

-Otra vez tu marchita cara de nuevo… Maldita seas, Rose. Te pondré maquillaje para que vuelvas a florecer; así tus mejillas volverán a sonrojarse, tus ojos se iluminarán y tus carnosos labios incitarán al pecador. Una bella flor más en el jardín, ¿cierto?
Rose se contempló seria en el espejo. Esta vez sus lágrimas no conseguirían salir. Sin querer ver más su reflejo, asimilando las cosas, abandonó la asfixiante habitación.
Caminó con un dolor de pies por los tacones, cuando vio que no podía más. Pero no sólo era su malestar físico, sino mental que cada día iba consumiéndola. Observó que estaba cerca del local Chicago Blues, donde conocía al dueño que a veces solía invitarla a las copas. Apeteciéndole tomar algo, se dirigió allí.
Había más gente de la costumbre, sonando buena música y bailando algunas parejas. En la barra estaba el joven barman que era sobrino del dueño, poco más sabía de él pero se le veía un chico apañado. Reconociéndola, le sirvió lo de siempre y Rose fue a sentarse en uno de los sitios libres, perdiéndose en su mente como un océano.

I must be strong and carry on, cause
I know I don’t belong here in heaven.

Era la tercera vez que un hombre, entre unos cuarenta años, aproximadamente, dirigía su mirada hacia ella. Estaba escribiendo en un cuaderno, sin mostrar estar muy concentrado. Rose le ignoró, bebiendo en su soledad, cuando de pronto él se acercó para su sorpresa.
-¿Qué quiere? –le preguntó directa.
-¿Podría sentarme con usted?
-No.
-Ya veo… Eres una de esas chicas que les gustan jugar a hacerse las difíciles –su tono fue de humor, pero Rose permanecía aún en su actitud seria.
-¿Acaso me conoce para opinar? Tan sólo quiero estar sola: tomarme tranquila mi whisky, meditar y volver a casa… Deseo desconectar de habladurías sin sentido, palabras que empiezan a agujerearme la cabeza. Quiero disfrutar del silencio, estar aquí sin tener a otra persona con el deber de decirle lo que quiera oír –Rose se dio cuenta que estaba hablando más de la cuenta–. Déjeme tranquila y váyase a buscar a otra o a seguir escribiendo en su cuadernito.
-Siento si la he molestado.
El hombre se retiró con una sonrisa a su sitio. Por un momento, ella no le dio importancia, olvidándose de lo ocurrido y centrándose, con la mirada perdida, en los restos de la bebida de su vaso. Los dos hielos iban derritiéndose poco a poco.

Beyond the door, there’s peace I’m sure.
And I know there’ll be no more tears in heaven.

Finalmente, no pudo aguantar más. Rose se levantó y fue a pedirle disculpas por su comportamiento. Él estaba tan sereno que se sintió hasta estúpida.
-Esperaba que volvieras, la verdad. Ya que estás aquí, ¿por qué no te sientas? Siempre que quieras, por supuesto –sin decir nada, se sentó, cruzando las piernas, frunciendo el ceño–. Me llamo Stephen. ¿Y tú?
-Rose… ¿Qué hace con ese cuaderno?
-Escribo la segunda parte de mi próxima novela.
-¡Oh! Es escritor. Le felicito que pueda hacer dos cosas a la vez: trabajar y cortejar. Lamentablemente, dudo que sean productivas.
-Al menos lo intento, ¿verdad? –otra vez con ese detestable humor para Rose–. Hacer lo que quiero es más importante que ser esclavo de lo que no quiero. Creo que nuestras acciones deben elegirse por nuestros sentimientos y la satisfacción personal, los logros materiales y el reconocimiento sólo envenenan el alma en un círculo vicioso… hasta que un día todo se acaba.
-Pues a mí me haría muy feliz contar con grandes cantidades de dinero. No sólo compraría cosas, sino que podría viajar y permitirme tener más oportunidades en la vida, como estudiar las carreras que me diesen la gana. ¿Acaso eso no influiría favorablemente, Stephen?

Used to be so easy to fall in love again.
But I found out the hard way,
it’s a road that leads to pain.

-¡Hey! ¿Por qué no contestas?
-Lo siento… –se disculpó volviendo en sí– ha sido un momento sagrado que he querido disfrutar, guardar en mi mente. Tú, esta canción, el lugar… Soy escritor y no tengo palabras para definir tal estado; hay tanto concentrado en milésimas de segundos.
-Deja de hablar así de mí, me incomoda. Tú no me conoces, no sabes nada… –intentó no sobrepasarse como antes–. Supongo que la situación te hizo idealizarme más de la cuenta.
-Quizás…

Though the days come and go.
There is one thing I know
I’ve still got the blues for you.

Sus ojos eran como abismo, no había forma de penetrar en ellos. Un aura le envolvía sin que Rose pudiese estar tranquila, moviendo sin parar su pierna. Aquél desconocido le estaba causando una extraña sensación que odiaba, pero al mismo tiempo, deseaba más.
-¿De dónde es, Stephen? Su acento le delata.
-La familia de mi madre es argentina. Conoció a mi padre aquí en América, pero yo nací y pasé mis primeros años en España. Luego estuve por casi todo el mundo: a mis padres les apasionaban viajar. Al principio me afligía ante todo abandonar a mis amigos, pero después te vas dando cuenta que los amigos vienen y van, cada uno va tomando su propio camino… No es bueno depender de nadie, debes de seguir tu propio camino y disfrutar del viaje. El acento que tengo no es sino la mezcla de todas las lenguas donde he convivido. He estado toda mi vida rotando, llenándome de experiencias, que ahora me es imposible establecerme en un sitio.
-Un aventurero sin duda. A mí el único lugar que me gustaría ver es París. La Torre Eiffel debe ser magnífica con sus luces en la noche.
-¿Sólo París? Hay muchos lugares dignos de conocer. Por cierto, ¿de dónde eres tú?
-Mi madre era rusa, murió hace tiempo –contestó apartando la mirada hacia una pareja que bailaba para ocultar el dolor de sus recuerdos.
-¿Y tu padre?
-Nunca hablo de él. Para mí nunca existió un ser tan despreciable que vivía a consta de los demás infligiéndoles daño. Imagino que seguirá vivo, pero no sé nada, ni lo quiero saber, desde la muerte de mi madre. Abandoné mi hogar a los diecisiete y me busqué la vida.
-¿Dónde fuiste en esas circunstancias?
-Deje de preguntar tanto, mi vida no ha sido ni es un cuento de hadas. ¿De verdad quiere saberlo? Utilice su imaginación para averiguarlo, señor escritor.
-Yo puedo ver muchas cosas a través de tus ojos sin necesidad de preguntarte más.
-¿En serio? ¿Y qué ve? –Rose se maldijo por preguntárselo después.
-A una chica asustada, que llora cada noche en la oscuridad para que nadie la vea. A una chica que una vez tuvo grandes sueños construyendo flores de papel, que luego dejaba en las ventanas de las casas con la ilusión de que alguien las apreciase –su piel iba poniéndose de punta con cada palabra que decía–. Hasta que te perdiste cayendo en el abismo. Allí gritaste, pero nadie acudió porque tú sólo lo hacías en el silencio.
-Pare, por favor.
-Una vez existió esa chica llena de sueños… ¿Acaso no serías feliz volviéndola a sacar?
Rose se levantó de golpe, mirándolo con furia, ocultando su temor sobre cómo era que sabía tanto de su vida. La música de Bessie Smith de fondo, que tanto le gustaba, ahora detestaría por el amargo recuerdo que tendría en mente cada vez que la escuchase.
-Puedes gritar, pegarme, huir… todo lo que quieras. Pero nunca niegues quien eres: tú.
-¡No quiero escuchar más tus inútiles historias!
Se giró para que no viese sus tristes ojos a punto de llorar. Entonces, Stephen la abrazó por detrás transmitiéndole un reconfortarle calor como hacía tiempo que no sentía. A pesar de haberla hecho sufrir, deseaba permanecer en sus protectores brazos, que el tiempo se congelase. Cuando se dio cuenta, estaba llorando.
-Tranquila, Rose. ¿Por qué no vas al baño y te despejas? –le dijo con voz dulce.
Afirmando con la cabeza, fue al baño. Allí se enfrentó como de costumbre con su reflejo, observando el terrible aspecto de su maquillaje corrido. Reflexionó sobre su vida, si de verdad quería permanecer tan fría y destrozada. Puede que un año más aguantase hasta que las ganancias fuesen suficientes para comenzar una nueva vida, ¿pero podría? Mientras lo pensaba, iba desmaquillándose con el agua, rasgando su piel de la forma tan dura que lo hacía. Tenía que ser fuerte, afrontar su situación buscando las mejores salidas. Tal vez costase demasiado, se caería mil vez, pero mil veces aprendería a levantarse y luchar… luchar por un sueño.
Cuando Rose volvió a la mesa, Stephen había desaparecido. Miró a su alrededor pero no lo encontró, tan sólo una flor de papel encima de la mesa. La cogió recordándole a las que hacía en su pasado, sorprendiéndose al observar unas letras escritas. Deshaciéndola para poder leer lo escrito, leyó en voz alta:
-“Una vez conocí a una chica de ojos tristes. Juntos, abrazados con nuestros cuerpos desnudos bajo la sábana, compartimos un momento de intimidad. Yo la escuché hablar de un campo de flores donde correr en libertad, mostrando el brillo de la felicidad en sus ojos, porque ella sólo conocía flores de papel en su prisión. Hace años que conocí a esta chica, ¿podrías decirme si aún te acuerdas?”

I’m sorry baby, but I can’t afford to stay.
Your good, kind treatment will worry me someday.
I love you baby, but I’m gonna have to say goodbye.
Woman, I got to move, I really got to fly.

Noches de blues I

-¡Magnífica, Juliette!
Entre halagos, bajó del escenario mostrando una sonrisa forzada. Había sido otro de sus conciertos de balada en Chicago, acabando rendida ante el estrés acumulado.
Sin querer quedarse por más tiempo, fue directamente a su camerino, cogió el bolso y salió hacia la parada de taxis. Tenía previsto, como cualquier noche abrumadora, dirigirse a su local favorito de la ciudad: Chicago Blues. Era su lugar sagrado donde se evadía escuchando blues mientras bebía el dulce vino a pequeños sorbos.
Llegó sintiéndose en la gloria, pidiéndole al barman el vino y tomando asiento en la solitaria barra. No pasó mucho, cuando un hombre apareció agitado de la calle, sentándose a una distancia de dos sillas de ella. Juliette le observó con disimulo mientras pedía. Tenía las facciones atractivas, aunque con ojeras marcadas, los ojos oscuros como el carbón y vestía con una camisa blanca con una corbata desabrochada, dándole un aspecto descuidado.
Durante unos minutos, permanecieron en silencio, escuchándose sólo el tema de blues.

Everybody’s got the fever,
that is something you all know.
Fever isn’t such a new thing.
Fever started long ago.

-Disculpe, ¿es usted Juliette, la cantante francesa? –le preguntó de repente el hombre.
-Ha acertado. No sabía que en tan poco tiempo se quedarían con mi cara –sonrió con simpatía.
-Tienes un fino rostro difícil de olvidar al igual que tu voz. Me llamo Paul, aunque cuántas veces me habré presentado para nada… ¿Viene mucho por aquí?
-Con frecuencia: me gusta la música blues.
-Así que viene para desconectar como otros muchos. Yo también, creo que es importante para no sobrecargar el alma. Dicen que el mundo es grande, sin embargo pocos sitios hay donde se puedan disfrutar en armonía sin estar contaminados. Ya nadie piensa, sólo quieren lo que otros dicen que deben querer sin esforzarse en preguntarse que quizás todo sea una trampa.
Paul dejó de hablar para beberse de un golpe su copa, pidiendo luego otra al barman.

Thou giveth fever when we kisseth.
Fever with thy flaming youth.
Fever, I’m afire.
Fever, yeah, I burn, forsooth.

-Yo llegué dispuesta a Chicago para realizar mi sueño de ser una cantante famosa –le habló para seguir conversando, después de haber encontrado a alguien interesante en mucho tiempo–. Mi representante me ayuda mucho, aunque a veces sea muy estricto cuidándome la imagen, no sólo la superficial, sino también mi trabajo artístico. Me gustaría llevar el estilo de mi música a otros dominios, a cosas más personales, pero eso no es lo que vende.
-Te imagino dentro de unos años, cuando seas una gran cantante, revelándote con tu música contra todos ellos. Espero que cumplas tu sueño y no estés encadenada por mucho tiempo a algo que no te llene.
-Estaré todo el tiempo que sea necesario hasta ese día –sacó del bolso un cigarrillo que Paul se ofreció en encender con amabilidad–. Gracias. ¿Y tú has pensado en qué te gustaría hacer?
-¿Yo? La verdad es que soy una persona inconformista. Simplemente vivo y lo que surja ya se verá. No calculo tanto las cosas como tú, sin ninguna intención de ofender.
-Tranquilo, me gusta escuchar opiniones diferentes. ¡Qué aburrido sería estar solos sin debatirnos!
Ambos se miraron, sin poder evitar soltar una carcajada. Él sacó de su bolsillo una caja de cigarrillos mientras ella se retocaba los dos pelos rebeldes de su recogido, mordiéndose el labio inferior.

What a lovely way to burn.
What a lovely way to burn.

Un tema conocido de Robert Johnson, Sweet Home Chicago, sonó animando el ambiente. Con ganas de bailar, Juliette salió a la pista hechizada por el ritmo. Todos sus pensamientos se disolvían perdida en un delicioso instante eterno. Se soltó el pelo, descontrolando a los hombres que empezaron a silbarla. Paul se acercó para mirarla mientras seguía fumando, divirtiéndose.
Cuando terminó la canción, se reunió con él acalorada, quitándose los tacones y descansando en una silla. Paul le trajo un vaso de agua que se bebió enseguida.
-Bailas muy bien, se nota que le pones pasión y te dejas llevar.
-¿Ves como no siempre calculo las cosas?
-Aunque si una cantante se complementa también con el baile son más puntos a su favor. Al fin y al cabo, ¿no hay que dar un espectáculo? Creo que es otra de las formas de llevar más fácil el arte a la gente, como el cine que se encarga de adaptar obras literarias.
-¡Qué encantador es!… –dijo frunciendo el ceño ladeando la cabeza–. ¿Sus parejas también se lo decían? Si no le importa responder a esta pregunta personal.
-En absoluto. Mi vida sentimental ha sido muy variada, he estado con muchas mujeres –Juliette se ruborizó un poco con el tema disimulando–. Habrá algunas que les gusten mi sentido del humor y otra que lo odien, como la comida china: te gusta o no. Tú aún eres joven, aprovecha bien la llama de la vida.
-¿Nunca se ha enamorado?
-¿Enamorado? Lo más parecido que sentí fue cuando tenía catorce años, con una chica del pueblo de mi infancia. Aún recuerdo su hermoso rostro con pecas iluminado con el sol en el puerto. Eran inolvidables amaneceres junto a ella. Las demás experiencias en mi vida… No sé cómo decirlo. Sí, eran especiales, algunas, pero ya no era lo mismo. Aprender a montar en bicicleta es divertido la primera vez que te sale, sintiendo las mariposas en el estómago, pero las demás son normales.
-Deberías de llevar tu bicicleta por terrenos más elevados, estoy segura que volverías a disfrutar igualmente dejándote caer por la cuesta –rió con la broma–. Así que esa chica marcó por siempre tu corazón.
-Bueno, no me cierro al amor. Ella forma parte del pasado. Pero debo de admitir que ahora no busco ningún compromiso, quiero encontrarme a mí mismo, aunque me lleve otros veinte años. Sólo voy a vivir una vez y no quiero atarme con ninguna persona idealizada, al menos que me guste demasiado que lo dudo. El tiempo es la clave del amado para el amante.
-Admiro tu sabiduría, Paul. A mí me han dado bastantes hachazos en el corazón, supongo que todavía sigo siendo una estúpida niñita enamoradiza. ¿Aprenderé alguna vez? O mejor dicho, ¿de verdad quiero convertirme en una persona realista y fría? No quiero olvidarme del frenesí tan especial que siento cada vez que conozco a alguien y pienso: es él, el hombre de tus sueños.
-¿Piensas de verdad en el hombre de tus sueños? Ilusa…
-¡No! Verás, es dentro de las características que me gustan de los hombres personalmente. Si las cumple todas excelente. Yo tengo una determinada forma de ser que debe de complementarse con lo que busco en mi vida, y así, todas las personas en el fondo que centran su atención. Me enamoro de la persona con esas cualidades. Lo que detesto es… ¡las parejas que están sin más! Es como si hubiesen perdido el ansia de vivir, el engaño más egoísta que existe. Son almas empobrecidas que viajan donde va el otro sin sentir nada. Tienen el consuelo que no acabarán solos, rodeado de gatos en un viejo sillón, unidos al disfraz del amor. Cada vez que pienso una vida como esa se me ponen los pelos de punta –paró para abrazarse a sí misma notando el escalofrío de imaginarlo–. ¿Qué ha sido de cómo sentíamos el mundo cuando éramos niños? ¿Por qué tuvimos que convertirlo de esta manera?
-Juliette…
El dueño del local dio la orden de cerrar, interrumpiéndolos. No se habían dado cuenta que estaban sólo ellos en el lugar, como si el mundo hubiese dejado de existir perdidos en su conversación.
Salieron en silencio el uno detrás del otro. La ciudad estaba a oscuras iluminada por las luces de las farolas, escuchándose el sonido de los grillos. Paul insistió en acompañarla a su casa, aunque no estuvieron hablando mucho hasta que cruzaron la última calle.
-Debo de pedirte algo, si no, nunca me lo perdonaré en la vida –dijo él serio, llamando su atención deteniéndose–. Cuando te vi bailar en la pista fuiste fuego puro para mí, me gustó… Lo único que no fue que no tuve la osadía de bailar contigo en ningún momento. ¿Lo harías ahora antes que el amanecer nos despierte?
-Con mucho gusto.
Y acercándose a él, la cogió de la cintura y empezaron a moverse con pasos lentos, luego rápidos, sin apartarse las miradas. Siguieron bailando por más tiempo en la calle, quizás fuese ya otra, perdidos en un lugar que sólo ambos conocían.