Casa

Últimamente dejo de pensar en la casa que me gustaría vivir. Cada vez cuesta más. A veces es un mundo lejano hecho espejismo, otras parece una casa de juguete como las que nos hacía mi padre a mi hermana y a mí con el cartón de leche que nunca le faltaba el reloj pintado en su decoración. Una promesa dicha que algún día ahí estaría. «Una generación perdida e infantilizada».

Últimamente me fijo en mis manos. Cómo le han pasado los años en sus marcas y todo lo que hemos construido en bloques. A veces suspiro en la pausa: nunca es suficiente. Y una voz me persigue juzgándome, volcándose en hormigón y solidificándose sin que haya podido elegir en qué forma.

Me temo que la casa ha empezado a construirse sin que me haya dado tiempo a ponerle una puerta.

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