La chica de las trenzas azules

Pasan las horas sin que te des cuenta amontonando esa montaña de libros y lista de anotaciones en el móvil que te recomendó un amigo o conocido de la que suspiras que algún día. Pero… ¿Sabes lo que le ocurrió a La chica de las trenzas azules?

Todo comenzó una mañana de abril en un pequeño barrio insignificante del mundo y con el gato más rebelde del mundo.

La chica de las trenzas azules salió a comprar un regalo para una amiga. Había dejado una torre de libros para leer en su escritorio: dos por la mitad en el salón y tres poemarios en el baño. Su gato se escapó detrás de ella para dar un paseo por la ciudad. Odiaba cuando su dueña le daba órdenes. Cuando iba a entrar en una tienda de bolsos, descubrió a su gato y le riñó diciéndole que volviese a casa.

Entonces el gato maulló y corrió hacia una librería de la esquina

Enojada, fue tras él entrando en la librería donde había huido. El dependiente, sumergido en un manual de aviones, asomó su cabeza bajando sus gafas en saludo a La chica de las trenzas azules. Una vez agachada su mirada, ella siguió el rastro de su gato. Decía su nombre en vano por los rincones hasta que lo encontró de un salto en una pila de libros. Ojeó uno de ellos que no tenía título, solo un envoltorio floral muy fino. Decidió llevárselo junto a otros tres que encontró iguales, sintiendo la llamada de desvelar los mundos que encerraban. Justo en el momento de pagar en el mostrador, también vio algo más para llevarse: la saga fantástica en las que se basó las películas favoritas de su amiga. Era el regalo perfecto.

Llegó a su habitación construyendo otra torre de libros: fuertes guardianes que custodian con fieles ideales cada uno de sus frentes con su historia… ¡Pero La chica de las trenzas azules es demasiado inquieta para permanecer cautiva en la misma torre!

En el día del cumpleaños de su amiga, observó cómo uno de los envoltorios de regalo de un familiar desvelaba la colección de la misma saga que le había comprado ella. De repente, salió corriendo a la joyería más próxima y compró un colgante de amatista. Disimulando su ausencia, entregó con una sonrisa el regalo a su amiga, aceptando que tendría que devolver los libros al día siguiente. Pero ese día no llegó. La saga había establecido su reino con bandera en la esquina derecha del salón junto a la lámpara japonesa.

Pasaron tres semanas y más libros iban llegando a su casa de viajes, regalos y compras. Hasta que un día llegó y sacó de la bolsa miles de libros que terminaron por cubrir la casa. La chica de trenzas azules había quedado atrapada sin saber cómo salir de un laberinto que había formado. Perdió la noción del tiempo.

Respiró lentamente. Allí, escuchando su propio latir, tuvo que construirse su propio hilo como aquella de la mitología griega, Ariadna, para abrirse paso. Tejida su alma de nuevo.

Guiada pudo llegar a ver pequeñas luces de libertad y agridulce realidad. Su gato la esperaba en la puerta brincando de alegría.

Desde entonces, cada travesía que hace al laberinto, coge su propio hilo para encontrar el camino… ¿Y tú?

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La cara de tres lados

El que cae desde una dicha bien cumplida,
poco le importa cuán hondo sea el abismo.

—Lord Byron

Recogieron su cadáver la noche anterior;
no más historias de él.

Con su atuendo limpio
y la fragancia de jazmín
se adentra en las fiestas,
embriagando a jovencitas
en sus juegos de seductor.

Era medianoche en el palacio del Conde de Saboya. La luna llena resplandecía en los pálidos rostros con sonrisas de los invitados en el festejo del jardín. Antoine asistió gracias a la invitación de sus lazos con amigos de la corte, manteniendo una constante relación en el cultivo de sus contactos con el fin de apreciar el jugo de sus frutos.
Cabalgando velozmente, cuatro nobles corceles, llega la Marquesa desde tierras lejanas. Contemplándola tras los invitados, cual naufrago en el mar del cabello de oro, un deseo empieza a contar su tiempo de captura a la presa concentrando el delirio de sus fuerzas.

Un objeto de su bolsillo interrumpe sus actos:
el collar de los astros de su prometida roto.
Victoria fracasada y perdida el rastro.

Todo queda olvidado con el néctar de la copa.
Una mujer enmascarada le sonríe:
otra pelirroja con la que combatir las llamas.

Recitando versos al oído de una piel joven, una presencia estremece su cuerpo. Allí, sin ser percibida por nadie, sentada junto a la fuente de seres mitológicos, una anciana con una larga capa negra escribía sin descanso. Una extraña sensación le recorrió por el cuerpo, abandonando su cortejo y acercándose para recoger los papeles del suelo que volaban hasta parar en sus pies. Recorriendo la mirada leyendo, sus ojos estupefactos descubrieron la verdad que residía en ellos: mentiras, estafas y crímenes ocultos de su vida, burladas por las máscaras de la burguesía.
El temor inundó su alma, rompiéndolos y exigiéndole respuestas a la anciana. Tras un largo silencio, apareció una llegada de cuervos. Cuando volvió a cruzar su mirada, el viejo rostro había dado lugar al de una joven hermosa, digna de las puertas de los ángeles oscuros que en tantas obras de arte había visto en las pinturas y esculturas. En su mano, el último escrito es ofrecido a leer:

Que la espada oculta,
que tantos corazones besó hiriendo,
encuentre su veredicto
en las tres caras de tu ser.

La joven misteriosa alzó sus brazos convocando una tempestad que arrastró su cuerpo mientras por su mente aparecían los recuerdos difusos de ella; flor marchita abandonada. Fue en el otoño pasado, cuando la melodía de las hojas danzaban al compás anunciando su llegada. Un encuentro casual en los jardines del hogar de un amigo fallecido. El velo oscuro le cubría la cara hasta que se lo apartó revelando su belleza cuando él se fascinó con permanecer a su lado. En ella se unían la pasión y caos mecer el ritmo de su vida, transcurriendo los encuentros bajo el gran roble que hicieron suyo.

Volvían a caer como dos hojas
en otoño con el mismo baile en que
sus cuerpos se juntaron,
enderezándose sus solitarias almas.

Tercer golpe contra el muro. Sus costillas se rompieron dando paso a la última visión de la decadencia del sentimiento hacia la joven. No podía afrontar la realidad, ver sus oscuros ojos transformarse en un océano que lo ahogaría, así que aquella mañana de invierno no se reunió en el roble finalizando su historia. Aún así, desafortunadamente, llegó a sus oídos que una mujer de negro con el rostro cubierto había permanecido tres días en el mismo lugar, algunos jurando que se trataba de una magnífica estatua construida con gran devoción por las manos de un artista.
Cuando el martirio de los golpes cesó, su enemiga se aproximó a él cogiéndole de la mandíbula, siento el mismo frío de las manos de la muerte. Suspiró, abriendo su boca, y un halo de energía recorrió dentro de él. Antes de que consiguiera impulsarse para pedir ayuda, pudo ver que su Némesis había desaparecido. Temblándole el martirio y una posible aparición, regresó a la fiesta donde los invitados se habían colocado sus máscaras. Sin saber por qué, muchos se quedaban mirándole riéndose, otros más impasibles y pocos con espanto.

Dos voces gritaron en su cabeza,
identidades separadas con la misma esencia,
sin nadie revelarle la verdad
hasta ver su reflejo en el escudo familiar.

Dos lados monstruosos en su cabeza.
Una, con el aspecto de la inocencia;
la otra, esbozaba una sonrisa maquiavélica.

Tiró el escudo contra el suelo y varios invitados se quedaron mirándolo, entre ellos la Marquesa. Llenándose de estupor e ira se perdió en la multitud de gente. Poco a poco, su apariencia empezó a no pasar inadvertida por sus actos. Los invitados más próximos huían de él, las damas se desmayaban cual frágiles virtudes y los gritos de alarma empezaron a sonar.
El ambiente se cargó de un aire asfixiante, con sus seis ojos grabando el pánico de la situación. Sintió cómo el lado inocente de su cara tenía el miedo y las lágrimas de un niño, mientras el lado contrario observaba en su instinto de supervivencia un arma custodiada por un hombre que permanecía inmovilizado ante él. Antoine se lanzó en un ataque para arrebatársela, sin oponer fuerzas, y causó los gritos de su alrededor. Entre pensamientos demoníacos, la cara perversa le daba instrucciones de cómo matarlos a todos para liberarse, sin mostrar piedad. Completamente en tensión con la pistola de plomo, apuntando cada momento los pasos de los hombres que se aproximaban para retenerlo, uniéndose las voces de su mente y los recuerdos con el bullicio, giró la pistola y disparó; la cara con la sonrisa diabólica cesó tras su destrucción, cubriéndole de sangre las prendas de seda. Antes de que todo el mundo reaccionase, se alejó corriendo hacia la salida de la mansión.

Los cuervos observaban su paso
apoyados en las ramas de los árboles,
sentenciando sus pasos hacia el puente
donde se detuvo con la pistola de plomo.
El sonido del agua del precipicio
era el único de la noche.

Sólo una cara le faltaba. Una cara frágil que le mostraba los recuerdos de su infancia atormentada, aun siendo añorada cuando sus padres vivían y el pasto de su hogar era puro.
Agonizando en un estado de melancolía donde las imágenes iban cobrando fuerza, apuntó hacia la cara con lágrimas… Tan inocente como para mostrarla al mundo, un mundo salvaje que tuvo que enfrentarse con escudo y espada como el héroe sin gloria.

Caen los muros construidos,
los sueños con el Diablo oculto.
Se abre la brecha de las cicatrices
en un grito que nadie está para escuchar,
nadie está para comprender,
en las almas solitarias.

El disparo sonó con el vuelo de los cuervos. Había sido asesinado por él mismo, perdonando, ante tanta pureza, el lado que había estado en él, limpiando el sucio que llevaba de la faz de la tierra. Su cuerpo cayó al precipicio del puente sumergido en aguas oscuras.
La joven de negro apareció al día siguiente cuando encontraron su cuerpo, recopilando en sus hojas el escrito final: no más historias de él.

Recuerdos de un café vienés

Tres cafés, tres decadencias

Recuerdos de un café vienés

«Jean-Marc miraba a Chantal, cuyo rostro, de pronto,
se iluminó con una secreta alegría.
No tenía ganas de preguntarle cuál era el motivo,
contento con sabotear el placer de mirarla.
Mientras ella se perdía en imágenes cómicas, él se decía que Chantal
era su único vínculo sentimental con el mundo.»

Milan Kundera, La identidad

Thomas estaba esperando en una cafetería de Viena, entreteniéndose en escuchar la conversación de dos viejos sobre la corrupción de la política, los desastres de la segunda guerra mundial y la falta de iniciativa de los jóvenes –pobres almas perdidas sin un futuro que visualizar. Antes de que volviesen a establecer otro tema, Christine entró en la cafetería y le saludó con una sonrisa mientras se dirigía hacia él para tomar asiento. Habían pasado años desde que no la veía, pero seguía conservándose igual de bella con los rasgos de su cara más maduros. Llevaba puesto un sombrero negro con el pelo más corto hasta los hombros, y un vestido beige que le favorecía la figura. En la mano llevaba unos libros que dejó a un lado en la mesa mientras se acomodaba sin parar de mirarle con una complicidad que él extrañaba.
-Parece que los años no pasan para ti –dijo Christine.
-No puedo decir lo mismo de ti: te has convertido en una escritora de prestigio –Thomas se sentía orgulloso de ella, dándose cuenta de su gran cambio, era otra mujer la que tenía ante sus ojos–. Tu evolución como persona y las experiencias que relatas en tu libro delatan el paso del tiempo, recuerdos construidos con los que me identifico. Por eso te he llamado en mi paso por Viena. ¿Quieres que te pida algo? –ella negó con la cabeza.
-Tantas palabras acalladas no podían esperar más ser plasmadas en el papel, darles voz propia.
-En cada línea confiesas tus emociones más profundas, algo que siempre fue demasiado complejo para mí.
-El lenguaje es demasiado simple para poder expresarlas y al mismo tiempo es necesario para liberarse de sus ataduras y comunicarnos mostrando un camino que transcienda.
-La búsqueda incesante de las palabras exactas… –por un momento pensó si debía proseguir hablando, y armándose de valor, decidió continuar tras su pausa–. Esa es la jaula que me impedía salir. Por eso quería verte. Quiero confesar el miedo que no ha dejado de acecharme al intentar amar. Ha pasado mucho tiempo, pero después de leer tu libro, no ha pasado un solo día sin que tus fantasmas me atormenten. Sé que siempre te he parecido un ser ajeno a la realidad, pero nada más lejos de mi verdad.
-Sólo recuerdo tu ausencia de humanidad a mi lado. Tú, que tanto criticabas la mecanización de las personas, a mi lado te convertías en alguien robotizado. Me mostraste la evidencia de esta sociedad ridícula, decadente y sin sentido.
-Sí: actué como una de sus víctimas. Pero tú me recordabas al pasado. No quería hacer daño. No podía adaptarme a un nuevo amor. No creía en nada y decidí convertir el amor en sensaciones superficiales para que se las pudiera llevar algún soplo de aire. Lo que nunca imaginé es que por tu cabeza erraran a la vez las mismas divagaciones. Con tu risa de todos los días y el interés que mostrabas por compartir y crear junto a mí, me era imposible ver tu miedo. Quiero saber con qué sombra lo ocultabas.
-No lo ocultaba… Mi amor por ti lo camuflaba –Christine le habló con una voz frágil, sin poder aguantarle en ocasiones la mirada en su respuesta–. Para poder amar hay que librarse del pasado, amar sin condiciones ni hipocresía. Construir un amor libre de telones mal levantados, libre de palabras malgastadas, libre de disfraces, libre de oídos que no escuchan, de ojos eclipsados, de corazón infravalorado… ¡Libre! –exclamó como si en esa palabra fuese un dolor encerrado en lo más profundo de su corazón.
-El telón lo levanté queriéndolo bajar al instante. Mis palabras estaban contaminadas por mi escepticismo. Mis oídos no querían ver, mis ojos no querían hablar. Y mi disfraz… poco a poco me lo quitabas tú. Sin apenas darme cuenta hasta que quedo ahora sin él, desnudo frente a ti… Contemplando lo que nunca supe. Hablándote con una voz que creo reconocer, temeroso de volverme a deslumbrar con tu sonrisa, de volver a tocarte… ¡De ser libre!
Thomas sintió un deseo de acariciarla, pero conociéndola, o al menos eso creía, ella se apartaría enseguida con cualquier muestra de afecto. Se dio cuenta que había hablado de más. Tenía que ser fuerte, por eso ocultó sus sentimientos mientras ella llenaba el vacío que se había creado pidiéndole al camarero un café vienés, su preferido desde que la conoció.
-Por cierto, tanto hablar de mí, del pasado que no pudo ser, ¿pero qué es de tu vida? El anillo de tu dedo te delata.
-Me casé hace tres años, tenemos un hijo que se llama Michael, es increíble lo feliz que nos hace a mi mujer y a mí. En la empresa que fundé todo marcha a la perfección y se podría decir que estoy en un punto de conformismo bien elegido y complacido. Y poco más… Tú lo hubieses odiado, ¿no?
Christine no respondió, bebiéndose su café vienés, perdida en su mundo y lejos de él. De repente sintió el frío recorrerle por su cuerpo, desapareciendo en un vendaval de nieve y quedando congelado ante el suceso espectral. La odió durante un momento por haberle dado ese papel tan ridículo en su encuentro, pero después todo cambió cuando se fijó más veces en su sombrero negro, recordándole su antigua relación amorosa, los juegos que tenían en un fetichismo que les encantaba compartiendo una misma visión y excitación: crearon con el sombrero una unión íntima en la inmensidad del mundo que les acechaba continuamente. Se preguntó si se lo habría puesto para evocar aquél tiempo olvidado o simplemente como accesorio espontáneo. Sea cual fuese la respuesta, todo seguiría igual: su magia estaba perdida en el presente de su situación.
-¿Quieres que te lea algo de mis últimos escritos? –preguntó ella.
-Será un placer.
Envueltos quedamos todos en el velo de la noche, de un color tan oscuro como el ser. Vestidos para ser héroes en mitos sin sentido. Las copas de vino vacías agitan más las pulsiones. Poco a poco se deconstruye el mundo. Caen las torres de marfil, caen los adultos. El niño volverá a ser el pequeño Dios en un nuevo juego.
-¡Magnífico! –la palabra se le quedó casi en un suspiro para expresar todo lo que había sentido y la emoción de escuchar su voz recitar el fragmento–. Me gusta la profundidad que tienes, das muchas interpretaciones para el lector, retomando la escritura y el pensamiento. Nunca dejes de crear, Christine.
-Se está haciendo tarde para tomar unas fotografías que quiero hacer al atardecer en un sitio.
-¿También sigues aún haciendo fotografías?
-A cada instante de mi vida: la memoria no guarda películas, guarda fotografías –citó recogiendo sus cosas y levantándose.
Le hubiese gustado que se quedase más tiempo, pero comprendía que alargar más de lo debido el encuentro no tenía sentido, bastándole con haber compartido con ella ese día que guardaría para él… ¿Mostraría ella lo mismo? Igual que la antigua unión con el sombrero, deseaba que la cafetería de Viena fuese la unión de aquél encuentro.
Cuando se despidieron, él permaneció sentado un rato más sumergido en sus pensamientos, cuando oyó, sorprendido, la voz de Christine llamándole y, girándose, ella le tomó una fotografía.
-Para tenerte en mis recuerdos.

Café y cigarro, muñeco de barro

Tres cafés, tres decadencias

Café y cigarro, muñeco de barro

“La esperanza es paradójica. Tener esperanza significa estar listo en todo momento
para lo que todavía no nace, pero sin llegar a desesperarse si el nacimiento
no ocurre en el lapso de nuestra vida.”

Erich Fromm, La revolución de la esperanza

El señor Lombard había amanecido más temprano de lo habitual para asistir a la reunión con su editor, debió de ser por eso que permaneció totalmente pensativo en la cafetería singular donde solía desayunar, pasando los minutos en silencio como si fuesen horas. Removía su café cortado con la mirada perdida, recordando lo sucedido en las últimas semanas. Una mujer rubia, bastante atractiva, había cruzado ya un par de miradas hacia él, haciéndose la distraída. Su fama de galán que le había acompañado con suerte durante años se estaba convirtiendo en un insoportable peso, preguntándose qué clase de vida creía estar llevando, si de verdad era feliz lejos de la opinión de los demás. Desde pequeño fue marcado por la figura autoritaria de su padre, corrigiéndole su conducta, reprimiendo sus instintos, siguiendo los mismos pasos que él cuando a los veinte años decidió tomar las riendas de su vida y revelarse contra él, abandonando la empresa familiar y emprendiendo un viaje solo para alejarse de todo. Pero dicho viaje no duró mucho, pues en su libertad se sentía culpable de la caída de todos sus fundamentos con la desaparición de la figura del padre; la seguridad y protección que le brindaba. Reprimió todos sus sueños y volvió a la empresa sin ganarse más un gesto afectuoso por su padre; sólo le quedaron unos ojos fríos para mirarle hasta el fin de sus días. Cuando conoció a Mónica, su primer amor adolescente, pensó que volvería a encontrar el reconfortable calor que perdió en su vida, pero sólo fue un oasis en el desierto, así como otras mujeres. En ninguna encontraba los motivos y sentimientos suficientes que le hiciesen despertar el apego en ellas, querer compartir dos mundos en uno. No por ello se sentía mal o incompleto, pues satisfacía sus necesidades siempre que quería con cualquier mujer. Era considerado un hombre con mucho atractivo que nunca tenía problemas para estar acompañado en los ratos de soledad y lujuria. La vida en matrimonio con su primera mujer tampoco logró cambiar lo que necesitaba en su vida, y antes de que llegasen los niños, decidió divorciarse en el angustioso pensamiento de verse como su padre. Cada noche, después de la infusión y fumar, solía escribir en su diario las historias que surgían en su imaginación. En los días de lluvia, cuando más bajo tenía los ánimos, hacía un repaso a las primeras páginas del diario y allí veía con tristeza los dibujos del héroe que pereció en su realidad, el que nunca pudo manifestarse en ser o, ya en su estado, que alguno viniese a lomos de un caballo alado a salvarle de las garras del mundo. No: su destino no albergaba ningún papel importante en la Historia, algo con el que ser recordado para la humanidad… ¿Pero acaso él quería a los suyos? Se había convertido en una sombra más, sin hacer nada por nadie y siguiendo las reglas hasta el fin de su existencia. Tampoco haría nada extraordinario sin sueños propios que perseguir, tomando los desvíos que hiciesen necesarios y la lucha hasta ellos. Se había convertido en un alma débil. Observó su reflejo en el espejo y un escalofrío le recorrió el cuerpo; tenía ganas de gritar, huir de espanto ante la figura del hombre que veía. Las pocas parejas que habían sentadas en la mesa mostraban en sus miradas el inmenso sentimiento que les correspondían, entregadas aunque eso supusiese también el daño. Uno de ellos cogió una de las flores azules de la maceta de decoración y se la puso, en un tierno gesto, detrás de la oreja a su pareja, sonrojándose mientras esbozaba una sonrisa. Entonces se dio cuenta que la coraza con la que había crecido le había cubierto por completo hasta penetrar su corazón y convertirlo en una maquinaria más, sin poder lograr sentir amor. ¿Era el proceso reversible? El móvil sonó alterándole el puso: una llamada de su madre. Con frecuencia lo llamaba los mismos días de la semana, a la misma hora del trabajo y debía de recordarle que lo hiciese por la tarde. A veces tenía miedo que el alzhéimer que habían tenido algunos familiares suyos, también de amigos, se manifestase con la edad en ella… Incluso él con el paso del tiempo, por eso debió de tener parte de vocación a escribir en los diarios. Era una enfermedad que le costaba ponerse en la situación si la tuviera, aterrándole verla en sus cercanos y ser prisionero de ella. Imaginó que podría guardar un diario con cosas alegres en tal caso, al fin de cuentas, de su vida había poco más que valorase. Siguió tomándose el café cortado, que se le había enfriado en cada evasión, observando al camarero servir en una mesa. Miraba de vez en cuando el reloj, suspirando en cada momento, atendía todos los pedidos que había y cogía el móvil para escribir apartado en una esquina. Luego, lo dejaba en su bolsillo, volvía al trabajo y surgía el mismo ciclo. El último cliente, al que sirvió un capuchino con la taza a rebosar de nata y canela, le recordaba a un antiguo amigo que arrojó al precipicio del olvido con el tiempo por el poco interés que tenían en común y aprecio. Intentó mantener siempre la relación de amistad, empeñándose en conservarla, manteniendo presente los buenos ratos, pero cuando se dio cuenta había forzado tanto las cosas que nada tenía sentido. El hombre que se parecía a su antiguo amigo continuó haciendo un sudoku en el periódico que llevaba, mientras el tétrico reflejo en el espejo volvía a clavarse en su mirada. La cafetería se llenó de una atmósfera lúgubre, sin poder permanecer más tiempo sintiendo cómo se hundía en el río Estigia, escuchando los ladridos de Cerbero en su cabeza mientras se aproximaba al descenso del inframundo. Salió con el último sorbo de café. En la puerta, la mujer rubia que había visto al principio estaba fumando apoyada en la pared. El señor Lombard sacó su paquete de cigarrillos, secándose el sudor de la frente que le había ocasionado estar dentro. Nada más ponerse uno en la boca, la mujer se ofreció a encendérselo, mezclándose con el humo del tabaco la fragancia de su perfume a jazmín que aún podía conservar. Ambos permanecieron unos minutos como dos estatuas de mármol en la entrada de la puerta de la cafetería. La ausencia de cualquier emoción era a la vez lo que compartían en su silencio y soledad mientras fumaban. El cigarro se consumió, dando por finalizado el encuentro. La mujer se marchó sin decir ni una palabra hasta perderse de su vista, fundiéndose en el paisaje del camino de árboles otoñales. El viento se levantó, elevando las hojas secas de su alrededor, volviendo a resurgir las preguntas existenciales en su cabeza, como un martillo golpeando los clavos para colgar los grandes cuadros con interrogaciones que perdurarían la duda eterna siempre en él. De pronto, sintió un malestar y entró corriendo en la cafetería. Se dirigió al baño de caballeros, cerró la puerta y depositándose en uno de los retretes, olvidándose de encender la luz en la penumbra, gritó:
-¡Mierda!

Un café con sal

Tres cafés, tres decadencias

Un café con sal

«Ésta es mi oración: Toma este anillo, que es un signo del enlace entre ella y yo, y cuando llegues a tierra, preséntate como un comerciante de seda y telas, de modo que ella pueda ver el anillo.
Entonces sabrá que mi corazón la saluda y que sólo ella puede darle consuelo, y que si nada hace moriría.
Recuérdale nuestro pasado y nuestra tristeza y toda la alegría que había en nuestro amor fiel y tierno.
Ojalá los corazones hallen fuerza contra la inconstancia, pese al dolor y toda la amargura de amar.»

Joseph Bédier, La historia de Tristán e Isolda

-Ya va quedando menos, ¿lo sabes, no?
Antoine paró de mover su café con la cucharilla mirando fijamente los ojos brillantes de Monelle, tan oscuros y profundos como su ser. Presentía que era un momento decisivo en sus vidas, pero ella seguía estando incluso más hermosa bajo esa aura de fragilidad.
-Pensé que esta vez te quedarías…
-Es difícil poder explicarlo, esto que me invade por dentro y escapa a cualquier palabra para definirlo. Lo tuve la primera vez que nos conocimos, presagiándome de los hechos que ocurrirían en nuestra historia, como aquella música romántica en el teatro que sabía que sonaría mientras te veía. Ahora apenas hay tiempo, quizás unos cuantos minutos hasta que te termines ese café y salgamos de aquí.
-Entonces no me lo terminaré nunca –respondió con atrevimiento.
-¡Cómo te gustan los retos! –esbozó una delicada sonrisa dejando una pausa–. Nada es eterno… Yo nunca me quedo, no puedo. Siempre he sido hija del viento, sin haber conocido en mi vida un lugar estable que hiciese quedarme, estoy adaptada a ser así. Si decidiese permanecer a tu lado tú acabarías abandonándome, y mi corazón no podría resistirlo, porque nunca conoció tal pérdida…
-He de confesar que me volvían desconcertantes tus reacciones indiferentes cuando te hablaba o escribía de hacer planes juntos, precisamente a mí que el trabajo y tiempo lo tengo controlado… Parecía que no te importase.
-¡Al contrario! Yo puse mi confianza en ti, me importabas mucho, aún cuando lo intentaba ocultar mintiéndote sin ser consciente… Pero me di cuenta que tus palabras eran vacías sin tus actos y el control que ya te gustaba tener incluso en las personas, como el tenerme a mí, sin dejar que nada se desvelase nuevo en el mundo con tu ritmo marcado. Este sitio ya está cambiando para mí: el café antes lo recordaba con mejor sabor –suspiró ella.
-Bueno, espero que tú logres algún día tener trabajo y me cuentes si tienes esa libertad para tomarte las cosas sin el estrés y cansancio que supone ocuparse de un oficio –su voz contenía dureza y resentimiento, acercándose la taza para beber.
-Ojalá pudiese volver atrás en el tiempo para revivir la etapa de juventud donde el amor era inocente, puro sin ningún tipo de daño en la experiencia que nos condicionase tanto ya los que vivimos. Pocas personas conocí entregadas de corazón, pocos valientes quedan dispuestos a mostrarse auténticos sin protegerse bajo las apariencias… o sin que estén pensando en alguna antigua pareja que derrumbe a la persona ilusionada con la que están –Antoine se mantuvo por unos instantes tenso, dejando la taza para que no se le notase su malestar–. No me importa si puedas tener en tu mente el anhelo del regreso de una mujer de tu pasado, acepto la realidad como es y el peso de la levedad del ser por el que somos marcados. Pero he de reconocer que serías un completo egoísta… No sé, el mundo parece más triste así, desilusionándote las relaciones humanas cada día más. Cortázar tiene una frase que me encanta, y voy reflejándome más con ella, que dice: cada vez iré sintiendo menos y recordando más, pero qué es el recuerdo sino el idioma de los sentimientos.
Monelle sonrió sinceramente como vería por última vez Antoine en su vida, grabándose su imagen en aquella cafetería una mañana gris de domingo. Preguntó si había terminado, y respondiendo que sí se apresuró ella en ir a la barra a pagar la cuenta de los dos, quedándose solo en la mesa mientras reflexionaba cómo sus palabras le habían penetrado. Una lágrima resbaló cayéndose en la taza de café, mezclándose con los restos de gotas. Acto seguido, se secó los ojos para aparentar normalidad mientras veía a Monelle aproximándose, donde una vez que llegase se levantaría, se podrían los abrigos, saldrían de la cafetería y se despedirían como amigos, que serían conocidos, tomando luego el camino hacia su trabajo comprobando la hora exacta de su reloj.

Rectas secantes

-Cuando sucedió todo eso, no podía ver nada… –dijo ella sin apartar su mirada de él mientras conducía por el mismo paisaje boscoso– Todo estaba oscuro: era un espacio caótico. Y para cuando llegó la luz, quedé ciega. Tuve miedo porque había adaptado mis sentidos al mundo que había creado para sobrevivir. Al principio me tropezaba siempre, no sabía distinguir entre las imágenes difusas, mis ojos temían volver a la realidad… Entonces apareciste tú.
-¿Y si hubiese estado en otra parte?
-Te hubiese encontrado más tarde. Existen caminos que nos sentimos más atraídos que otros para elegir, siguiéndolos cual criatura hambrienta en la incertidumbre. Allí te encontré y devoré cada parte de tu ser.
-¿Crees que la gente estamos conectados? ¿Que sufrimos la ausencia cuando no conseguimos reunirnos con alguna? Aún puedo recordar el temblor helado los días antes de tu llegada, el caos que atravesaba el mundo, que desaparecieron con la oleada de paz que trajiste. Todo cambió para mí.
-Hay tantas cosas por aprender, que muchas quedarán incompletas cuando nos aventuremos a probarlas, dejándonos la hiel en los labios.
-Estamos cerca de casa… Esperemos llegar antes que la lluvia se aproxime.
Una mariposa entró por la ventana y se depositó con delicadeza en su pecho. Él seguía conduciendo con decisión hacia delante. Las nubes se tornaban oscuras cuanto más avanzaban. Por el retrovisor no podía verse a nadie; eran los únicos recorriendo el lugar, dejando con las pesadas ruedas del coche huellas en la tierra. Pensativa, le preguntó:
-¿Recuerdas todo lo que has soñado?
-No, ¿y tú?
-Cada imagen y palabra percibida en ellos –la mariposa retomó el vuelo, haciendo una pausa–. Al principio era una sensación extraña, ver cómo algunos de los sueños han ocurrido en realidad… Con el tiempo, por mucho que he tratado de huir, se han hecho más vigentes en mi vida. Fue entonces cuando vi claro que tenía que aceptarlos, son parte de mí.
-Debe de ser muy aburrido saber lo que ocurrirá después. ¡Con las ganas que tenía de darte una sorpresa cuando llegáramos!
-¡No seas tonto! –rió, acariciando su pierna–. De los pocos sé cuáles son los que quieren decirme algo, aquellos que inquietan mi alma y no tardan en cumplirse. A mí tan sólo me queda dejarme guiar en su señal.
-Es un consuelo saberlo… Cuando la realidad se derrumbe a cenizas, los sueños vendrán a construir el mundo.
Las primeras gotas de agua cayeron en el cristal. El camino estaba cerca, y ellos en un silencio donde bailaba el vals de sus miradas, hablándose entre ellas.

Veritas filia temporis

Cae el último grano del reloj de arena. Posición firme frente al adversario.

Un primer paso, ex umbra in solem. La crisálida se rompe emergiendo la mariposa de su metamorfosis. Las numerosas cabezas de muñecas de porcelana decapitadas residen en el cuarto oscuro, mientras el esqueleto resucita de su tumba apareciéndole la carne. Un lobo aúlla a la luz de la luna llena.

Un segundo paso, homo homini lupus est. Los desastres de la segunda guerra mundial, la bomba atómica sobre Hiroshima, imágenes terribles de lo que es capaz de hacer el hombre con el uso de la tecnología. Un huracán sopla sin inmutar a una serpiente devorar a otra serpiente.

Un tercer paso, nosce te ipsum. Librarse de los tapujos de la sociedad, abriendo la mente hacia un nuevo mundo. El hombre se encamina solo por el desierto, con el riesgo de perecer por el sol y un enjambre de insectos.

Un cuarto paso, alea iacta est. Respira, piensa, deposita la mano con serenidad en el arma de fuego. El enemigo hace lo mismo, mostrando su seguridad. Un fugaz recuerdo de un viejo jardín con todas las rosas marchitas, pero conservando todas las espinas resistentes en el tallo.

Acto final, audentes fortuna iuvat. El arma levantada con rapidez y un disparo en la oscuridad. Ningún grito de su adversario, derrumbándose en el suelo sin cerrar los ojos. Retumba el ruido en su mente, cuando una vez, un gran espejo se rompió en miles de fragmentos clavándose en su piel, viajando por el resto de su vida con las cicatrices.

Observa a su alrededor por última vez y toma el camino de regreso, o quizás, tomase por otro salvaje y desconocido.

Cenando en París

Primera parte: Café du Trocadéro

-Sólo hay que verla en persona para saber que la Torre Eiffel es la obra más impresionante de Alexandre Gustave Eiffel, construida en 1889. Cada cinco años se le repasa cincuenta toneladas de pintura para preservarla de la decoración, por eso se ve tan radiante.
El desconocido se sentó con la mujer que le había estado escuchando mientras contemplaba la Torre Eiffel. Pidió un menú de la carta y sacó el paquete de cigarrillos para fumar.
-Llevaba un rato observándote sentada aquí sola. No pensaba en intentar contigo algo, he visto el anillo de compromiso en tu dedo, sino lo que me llamó la atención fue tu rostro impasible ante la belleza de París. Sin decir nada puedo oír tus pensamientos, tus gritos ahogándose en un mar profundo. Intentas salir, luchas con todas tus fuerzas, sin embargo, alguien te lo impide… O quizás en realidad eres tú misma. Uno de mis dramaturgos favoritos españoles, Jacinto Benavente, dijo: “El amor es como el fuego. Ven antes el humo los que están fuera… que las llamas los que están dentro”. Pero en tu caso, puedo ver que ese fuego te asfixia. Poco a poco vas decayendo en él, corres intentando localizar la salida pero estás tan ciega que no la ves. En tu último suspiro de vida, rezas desconsoladamente, ¿no es curioso cómo recurrimos a la fe cuando estamos al borde del precipicio? Tantos años marginándola, valiéndonos por nosotros mismos, y cuando el vacío y la desesperación son las únicas que están, retomamos con lágrimas su valor. Céntrate en tus pensamientos buscando una solución antes de que llegue ese día, pues te arrepentirás condenando tu vida. Pago yo la cuenta… será la última.

Segunda parte: La Closerie des Lilas

-El Arco del Triunfo ha sido testigo de innumerables momentos históricos. Cierro los ojos y puedo imaginar las batallas y victorias del ejército francés bajo las órdenes de Napoleón. Treinta años de afán por construirse, qué ingenio Jean-François Chalgrin.
La mujer se dio cuenta que su marido seguía con la mirada en el periódico. Depositó la suya en la copa de vino, volviéndola a levantar a él.
-Para ti era fácil que los dos viviésemos en el silencio. Que nuestros sueños perecieran en la tumba del conformismo. Antes al menos decías que todo saldría bien, ahora ni una sola palabra salir de tu boca que intente calmar el dolor que siento. ¿Se supone que nuestras vidas deben de ser así? ¿Quién nos lo dicen? ¡Que hable de una vez! La llave de liberación está oculta; ya la sostuve en mi mano, pero temblé teniendo su dominio y decidí olvidarla. El tiempo pasa cada vez con más dolor y voy dándome cuenta de la cárcel de nuestro amor. Si me librase de este suplicio, todo lo que tenemos empezaría de cero, hasta aterraría volver a luchar por lo que creíamos haber encontrado. Observaremos nuestro rostro en el espejo para saber qué hicimos mal. Borraremos la imagen que tanto tiempo se mantuvo en nuestras vidas. Quitando cada espina pegada al corazón, entraremos en razón. Danzaremos a los primeros rayos del sol guiados por la armonía del viento. Soñaremos de nuevo con más castillos que construir. Y por último, reflexionaremos sobre la piedra fría las eternas luchas de nuestro ser.

Noches de blues III

Las doce en punto de la noche. Cynthia no quería volver a ver más el reloj por miedo de reconocer lo que más temía. Suspiró, desesperándose, mientras intentaba encender el último de sus cigarrillos. Nadie acudiría ya allí.
Un joven que estaba abriendo la puerta de un local, no paraba de mirarla, sintiéndose molesta por su situación sentimental. Rezó para que se fuese enseguida, cumpliéndose su ruego en cuanto el joven se metió dentro. Había estado esperando una hora en el lugar, maldiciendo su nombre por encima de todas las cosas, culpándose por último a ella por ser una ingenua. Debía de irse, ahora que sabía que no tenía nada más que hacer, sin embargo, seguía aún allí sin saber el motivo.
-Disculpe, ¿puedo ayudarla? –le preguntó, sorprendiéndose de su vuelta, el mismo joven.
Su rostro mostraba preocupación, un cierto interés de ayudarla de verdad sin conocerse de nada. Cynthia no sabía qué decir; agradecía su acto de voluntad pero no quería el consuelo de nadie para recordar sus amargos recuerdos. Dejó que el silencio gobernarse el ambiente, hasta que dictara una señal.
-Comprendo… Entre conmigo dentro, la invitaré a una copa. Será mucho mejor que quedarse sola en este sitio, va a empezar a hacer frío.
Convenciéndola, Cynthia, abandonó la acera donde había permanecido una hora, dejándose llevar por lo que le deparase la noche. Ya no podía terminar peor, al menos, intentaría pasárselo bien disfrutando de una bebida de calidad en el local, llamado Chicago Blues.
Cuando entró todo estaba oscuro. El joven fue a encender las luces, volviendo quitándose el abrigo y comprobando por el uniforme que trabajaba de barman. Le indicó con amabilidad que tomase asiento en la barra mientras él preparaba las cosas para servir la bebida. Cynthia, olvidándose un poco de lo ocurrido, se entretuvo observándole: tenía el pelo castaño recogido con una coleta, no demasiado largo; los ojos color miel; la perilla bien afeitada, llamándole la atención a pesar de su aspecto formal, el pendiente en la oreja de serpiente. Posiblemente, era de oro y tenía dos piedras brillantes rojas en cada ojo. Se preguntó por qué el joven evitaba mirarla ahora, sabiendo lo evidente que lo estaba haciendo ella.
Le sirvió un margarita y siguió concentrado en su trabajando. La gente empezó a entrar, sintiéndose Cynthia cada vez más hundida en la ignorancia, volviendo a verse como un ser despreciable en medio de una vida que no veía como suya. Dentro de poco cumpliría veintiocho años, espantándole cada vez más la edad que la consumía. Estaba sola e incomprendida, pues ni ella misma se comprendía. En un arrebato, se levantó del asiento y exclamando en voz alta dijo:
-¡Un brindis por las almas solitarias!
Los que estaban, parándose durante segundos sorprendidos, acabaron brindando contentos. Por fin, el joven la miraba sin dar crédito a su comportamiento por su expresión.
-Vaya, veo que por fin te has animado. Suerte que no he cargado tanto esa copa.
-¿Cómo te llamas? –quiso saber ella intrigada.
-John –respondió, simplemente, centrándose en buscar algo debajo de la barra.
-Yo Cynthia, muchas gracias por… en fin, gracias por el margarita.
-¡Aquí está! –puso en la barra un estuche de discos de música–. Tengo que poner la música para el local, ¿qué artista de blues prefieres para escuchar?
-¿De verdad? Pues… ¡B. B. King!
John sacó el disco y fue a ponerlo en el reproductor. Acto seguido, la gran voz del artista sonó por todo el lugar con su canción Rock me baby.

Rock me baby, rock me all night long.
Rock me baby, honey, rock me all night long.
I want you to rock me baby,
like my back ain’t got no bones.

Hacía tiempo que no escuchaba un tema de B. B. King, a pesar de que era uno de sus artistas preferidos de blues. Tal vez fuese porque le recordaba a una determinada etapa de su vida que ya había logrado superar, sin que los amargos recuerdos influyesen en su estado de ánimo.
-¿Alguna vez había venido por aquí antes? –le preguntó sorprendiéndola, ya que estaba perdida entre sus pensamientos.
-Unas pocas de veces con amigos. Creo que vendré más a menudo –sonrió bebiendo el margarita–. Y tú, ¿llevas trabajando mucho aquí?
-Un año desde que mi tío consiguió meterme: él es el dueño del local. Buscaba trabajo para sacarme algo de dinero para mis gastos personales. Mis padres bastante tienen pagándome la carrera y no quería depender tanto de ellos.
-¿Qué carrera haces?
-Filosofía –respondió, descansando, apoyándose en la barra cerca de ella–. Cuando la gente me pregunta por ello siempre suelen espantarse pero… es la opción que escogí para mi vida. Yo le encuentro mucha utilidad: no me gustaría trabajar a merced de los demás sin una conciencia como si fuese una máquina. Las personas cada vez pensamos menos por nuestra cuenta, somos más influenciables por otras más listas, es decir, las que tienen poder. Fíjate mañana cuando te levantes en cómo funciona todo a tu alrededor: es una ideología impuesta.
-Quizás lleves razón… –Cynthia reflexionó mucho con sus palabras–. Yo hice derecho porque era lo que se esperaba de mí. En mi familia todos han gozado de un buen trabajo ejerciendo de abogados. Ocurrió todo tan rápido que ni si quiera me dio tiempo a pensar, a elegir qué es lo que me gustaría hacer de verdad. Sea como fuese, ahora soy abogada. No gano mucho a diferencia de otros miembros de mi familia, pero me da para vivir.
-¿Ves? Has vivido como los demás esperaban que hicieses.
-Tampoco ha sido así. Tengo una pasión que es la fotografía y he podido hacerla bien como hobby, pues no me iba a dar de comer. Guardo en numerosas cajas, las fotos con títulos y fechas de una colección que formará parte de mi vida. Deberías de verlas: expresan tanto sentimiento en una simple imagen que inmortaliza el tiempo para siempre.

You, you smiled.
And then the spell was cast,
and here we are in heaven
for you are mine at last.

-Te haré una pregunta, Cynthia, y no una fácil… ¿Qué es la felicidad?
-No sabría qué contestarte, como has dicho es difícil y creo que algo relativa. ¿Por qué no me lo dices tú? Me invade la curiosidad de alguien de filosofía.
-De acuerdo: pero con la condición que me contestarás lo que te ha ocurrido esta noche –ella frunció el ceño, sabiendo que su propuesta era personal–. ¡De acuerdo! Si te doy una respuesta aceptable que te convenza, me contarás el motivo.
-Trato hecho, vaquero. Así pues, ¿qué es la felicidad?
-Huellas.
-¿Cómo? Me temo que tu respuesta anda en la cuerda floja…
-Son los rastros que dejamos en el camino. Los pasos errantes de inmensas historias; cruzándonos con distintas miradas de viajeros felices, tristes, sabios, tiranos, melancólicos, apasionados… Todo un mundo de personas con las que compartir para aprender. A veces cuesta marchar de nuevo, sobretodo, cuando hemos estado tan relajados en un lugar, pero sabes que tu rumbo debe continuar. Nacemos sin saber el sentido de la vida, buscando qué será, perdidos en un laberinto que posiblemente nunca sabremos. Lo que sí es cierto, es que mientras vamos creciendo como persona, una paz nos invade el alma: la superación en la experiencia. Esto es lo más fuerte y valioso que cualquier otra cosa material o no que te implanten.
Cynthia se quedó en silencio durante unos minutos cuando acabó. Nunca había escuchado una definición tan profunda y verdadera como aquella. Rememoró su vida con los instantes donde se identificaba tanto con sus palabras: tenía razón y odiaba reconocerlo. John se retiró sin avisar para cambiar la música de un B. B. King que ya sonaba repetitivo. Una nueva voz empezó a escucharse con el tema de One more heartache de Paul Butterfield.

One more heartache, baby,
I can’t take it now.
My heart is carrying such a heavy load,
one more ache would break it.

Volvió a su lado, atendiendo mientras a dos hombres que pedían un martini. Cuando terminó, ella se armó de valor para empezar hablar, costándole por el dolor que aún sentía.
-Llevábamos saliendo un año juntos, aunque hace meses que él ya no estaba bien con nuestra relación –dijo con voz baja, suspirando en una pausa–. Hoy era un día muy importante para vernos: íbamos a celebrar mi cumpleaños por la noche. Habíamos quedado a las once en esa maldita calle cerca de aquí pero él no apareció. Le llamé sin ninguna respuesta al móvil y esperé durante una hora en vano. No hace falta que espere hasta mañana para saber de lo que se trata: me ha dejado. Y el motivo es bien claro: una nueva vida en Londres con su trabajo. Le habían avisado del traslado hace una semana y aún pensaba una respuesta… Ya lo ha hecho.
-Dios, Cynthia, tranquila, estas cosas pasan –la consoló acariciando su cara–. Las personas cambian sus sentimientos, pero el que de verdad te quiera, va a estar a tu lado en todo momento aunque sea al otro lado del mundo.
-Me sentía tan estúpida ahí plantada… –vergonzosamente, no pudo evitar llorar de la rabia–. ¿Por qué no me dejó cuando aún el dolor podría ser menor? ¿Por qué fue tan cobarde de esperar hasta el último momento para fugarse? ¡No es justo que haya personas así!

I said I’ve been down hearted baby,
ever since the day we met
our love is nothing but the blues,
baby, how blue can you get?

Sin poder evitarlo, abandonó el local para llorar sin que la viesen más en su suplicio. No quería saber más del mundo, quería desaparecer aunque fuese segundos.
Una mano se posó en ella y comprobó que se trataba de John. Otra vez acudía en su ayuda, con el mismo rostro de preocupación. Desconsoladamente, se abrazó a él mientras intentaba que cesasen sus lágrimas.
-Él no merece tus lágrimas, Cynthia –le dijo con dulzura, acariciando su pelo–. Es un momento de debilidad que se te pasará, ya lo verás mañana cuando amanezca. Quiero ayudarte, pero antes debes de hacerme una promesa…
-¿Qué promesa? –le miró fijamente con los ojos brillantes, sintiendo su respiración de lo cerca que estaban.
-Que nunca cerrarás tu corazón. Caemos con el altar de una persona, consumidos por el desamor dentro de un pozo oscuro donde creemos nunca ver la luz. Nos olvidamos de los rayos del sol de un nuevo día, ciegos por nosotros mismos con vendas. Es una lucha interna que se debe superar, y cuanto mayor sea la luchar, mayor será la gloria que te aguarde. Por eso… nunca renuncies al amor.
-John… ¿Por qué me ayudas tanto? Sólo soy una mujer desconocida al borde de su juventud.
-Te había visto unas cuentas de veces en el Parque Milenio fotografiando, y también las pocas de veces que asististe al Chicago Blues. Tal vez no me recordases, pero tú te hiciste un hueco en mi mente. Me llamaste mucho la atención, deseaba poder acercarme a ti, pero no sabía cómo. Esta noche ha sido una sorpresa para mí también. No todo son lágrimas… Además, ¡es tu cumpleaños! –ella sonrió, animándose por completo, siendo las últimas lágrimas que tenía de felicidad–. Termino mi turno ya mismo, ¿te apetece que vayamos a algún lugar en concreto?
-Hay uno que me gustaría llevarte.
Salieron en cuanto John terminó de vestirse y arreglar unas cuantas cosas. Era media noche, las luces daban un aspecto bohemio por las calles, resaltando la figura de ellos solos conversando de diversos temas.
Llegaron al portal de un piso, donde Cynthia le invitó a subir a su casa para mostrarle algo especial. Entraron, diciéndole que aguardara en el salón, manteniéndolo con la duda. En la mesa vio su cámara de fotos comprobando su manejo. Finalmente, Cynthia, vino con una caja entre las manos esbozando una enorme sonrisa: se trataba de su colección de fotografías.
Juntos, estuvieron mirándolas, aunque de vez en cuando, unas fugaces miradas entre ellos cargadas de complicidad en silencio, delataban sus sentimientos… Una palabra que no podía ser dicha por el lenguaje en la condensación de emociones diversas.
Sólo un roce en su piel, hizo que el cuerpo de Cynthia se estremeciera. John sintió lo mismo en cuanto ella le agarró la mano, siendo cada vez más evidente su atracción. El momento se concentró tanto, que antes de pensar más, ya estaban sus actos respondiendo por ellos fieles a sus corazones.
Al día siguiente, Cynthia, se despertó perezosamente por el amanecer. Deseaba que ojalá la noche fuese eterna, disfrutar más en el delirio de su pasión. Puso su mano en el lado de la cama de John, pero comprobó que no estaba. Sin ninguna explicación que lo justificase, aceptó el motivo de su partida quedándose con los recuerdos y la filosofía que había aprendido. Orgullosa, se levantó sintiéndose a gusto consigo misma, asomándose por el balcón para contemplar el nuevo día.
Entonces, alguien le hizo una foto por detrás, mostrando una completa naturalidad y bienestar con su espíritu.